jueves, 6 de mayo de 2010

ÉTICA Y DIVERSIDAD BIOLÓGICA

Después de casi 200.000 años de evolución para adaptar nuestro comportamiento a los avatares de un planeta, en esencia hostil y cambiante, que nos ha presionado contra la pared de la supervivencia, algo hemos grabado en nuestra mente primate a fuego: todo los que nos hace vivir mejor es bueno. Sin duda una afirmación rotunda, sin fisuras, que nos ha permitido ganar la gran batalla de la Selección Natural frente al medio y a otros competidores.

Cualquier especie en nuestro lugar habría llegado a la misma conclusión de haber podido. Ésta es la primera cuestión: ser capaces de percatarnos de esa aparente evidencia. La evolución nos ha dotado de mecanismos de respuesta tan depurados, flexibles y potentes que hemos llegado a la consciencia de nosotros mismos, siendo capaces de reflexionar sobre nuestra condición y de maquinar respuestas conductuales y tecnológicas que lleven a la práctica lo único que nos importa como especie: vivir más y mejor. La inteligencia humana es sin duda la mayor y mejor adaptación surgida del mismísimo azar unido a la acuciante necesidad. Pero paradójicamente, esta misma capacidad que nos ha permitido eludir con éxito las continuas presiones del medio, nos ha llevado a una coyuntura ecológica insostenible, para la que no parece que tengamos respuestas efectivas. Y no es de extrañar que pretendamos paliar los apremiantes problemas ambientales que nos acosan, con la única respuesta que verdaderamente hemos practicado durante cientos de miles de años. Toda nuestra historia evolutiva ha sido una permanente carrera de armamentos intelectuales en una doble vertiente: tecnológico- científica y ética, pero, para nuestra supervivencia como especie, nunca nos ha hecho falta la ética, lo hemos llevado bien aplicando exclusivamente la razón. Los atributos morales como el altruismo, la compasión, el respeto o la fraternidad han crecido como mecanismos adaptativos imprescindibles para la propia convivencia en nuestra condición de especie social, pero carecemos de las sinergias morales necesarias para con el resto de seres vivos y con nuestro propio planeta, sencillamente por que nunca hasta ahora nos habían hecho falta para sobrevivir. Sin embargo, ahora cada vez más personas defienden que hemos de ser capaces de elevar la vista por encima del imperio de la razón para aplicar principios morales a nuestra relación con los demás seres vivos.

A la luz de estas ideas, tal vez resultara oportuno que los esfuerzos que llevamos a cabo en conservación, anduvieran en parte encaminados a potenciar el crecimiento de nuestras actitudes morales frente al resto del planeta vivo, dejando a un lado los considerables esfuerzos intelectuales y económicos por desarrollar alternativas tecnológicas menos contaminantes o sostenibles. No hay nada sostenible que pase por seguir creciendo en número y en capacidad de obtención de recursos. Deberíamos adoptar decisiones morales a nuestros problemas medioambientales, ser altruistas con el medio, compasivos y respetuosos con el resto de especies. Quizá ayude a conseguirlo el saber, que del éxito depende, en buena medida, nuestro futuro. Es posible que nuestra única alternativa como especie esté en el crecimiento ético, que, de un modo u otro, nos permita paliar esta insistente tendencia al poder y al acopio.

Trino Ferrández Verdú
Doctor en Biología y miembro de los Verdes de Orihuela

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